Gandalf ¡Gandalf! Si hubierais oído hablar de Gandalf un tercio de lo que yo he oído, y yo he oído sólo una pequeña parte de todo lo que se cuenta de él, estaríais preparados para cualquier clase de cuento notable. Esta es (citando de memoria) la primera vez que Tolkien nos habla del mago gris en El hobbit. Gandalf es, en esta novelita, al igual que todos los demás personajes, un tanto cómico, su faceta más seria todavía escondida para todos, incluido el autor. Como sabrá todo buen aficionado, Tolkien escribió El hobbit como un cuento para sus hijos, y fue la demanda por parte de público y editorial de más historias sobre hobbits lo que le llevó a escribir una segunda parte. Esta continuación, El señor de los anillos, comenzó como una historia amable sobre esos encantadores, amables, estúpidos hobbits, pero se convirtió en algo mucho más serio y oscuro, y en un hito fundamental en la historia de la Literatura del siglo XX. En esta historia de buenos y malos, de lucha por el poder absoluto, Gandalf el Gris se revela como uno de los personajes fundamentales, pero también como un favorito del público de todas las edades. Gandalf se ha convertido en el arquetipo del mago, incluso para muchos por encima del mismísimo Merlín, y en un personaje copiado hasta la náusea.
¿De dónde sacó Tolkien la idea para el personaje? Naturalmente, la idea del mago sabio que acompaña y aconseja a los héroes de una historia épica no es original. Tolkien, para empezar, estuvo notablemente influido por las primeras novelas de William Morris (¿el de los coches? No, el artista) que, a su vez, siempre estuvo fascinado por el ciclo artúrico. Pero Gandalf es mucho más que Merlín, sin duda. Sí que sabemos, sin embargo, el origen concreto del personaje, al menos de su aspecto físico. “Quiero ver montañas Gandalf, montañas”, le dice un envejecido Bilbo al mago poco antes de cederle el anillo a Frodo. Y es en las montañas donde nace el personaje. En 1911 Tolkien realizó un viaje memorable a Suiza. Entre Interlaken y Zermatt caminó junto a sus compañeros por nevados caminos de montaña. El mismo Tolkien nos ha dejado una vívida descripción de los peligros del viaje: “un día hicimos una larga marcha con guías hasta el glaciar de Aletsch, donde estuve a punto de morir”. Un temprano deshielo estaba fundiendo la nieve y haciendo que rocas de considerable tamaño bajaran la ladera silbando, atravesando el camino y amenazando con llevarse a los viajeros al abismo. No resulta difícil ver la influencia de este episodio en el cruce de las Montañas Nubladas en El hobbit, el cruel Caradhras de El Señor de los Anillos. Para los que amamos las montañas, además, resulta seductor pensar que la Montaña Solitaria es un reflejo del Matterhorn, la montaña perfecta, que Tolkien vislumbró a lo lejos a los 19 años, y que yo mismo admiré en la distancia en mi frustrado intento de conquistar el Dufourspitze.
En aquel viaje Tolkien compró una postal en la que aparecía un viejo tocado con un sombrero en un claro del bosque, con un paisaje montañoso al fondo. Se trataba de un diseño llamado el espíritu de la montaña, del artista austriaco Josef Madlener. Tolkien conservó con cuidado esta postal, y la recuperó tiempo después cuando empezó a escribir historias sobre hobbits. Sobre ese trozo de papel había escrito unas simples palabras: origen de Gandalf. Había nacido un mito.